Fuimos directo al Born, el barrio que tiene los pasillos mas angostos de Barcelona. Uno de los objetivos, además de pasear por el barrio en general, era conocer la Iglesia de Santa María del Mar, conocida popularmente por el mismo nombre de la novela histórica que cuenta su historia: La Catedral del Mar. Yo había leído recientemente la historia de Arna Estanyol y tenía ganas de conocer el lugar donde todo transcurría (Netflix al tiempo sacó la serie). Pude sacarle una foto a uno de los símbolos más reconocidos: los dos personas que cargan piedras que están en sus puertas. Es una iglesia construida por y para el pueblo y eso es lo que la hace diferente. Sacarle fotos es difícil, porque ninguno de sus lados tiene espacio como para sacarle fotos sin equipos adecuados.
Desde ahí nos fuimos al Parque de la Ciudadela y al arco del triunfo. Ahí nomás, tuve que tomar un café porque no podía seguir sin mi combustible. Lo tomé al paso en Nostre Pa, ahí al ladito del arco. Si hubiera sabido lo que supe seis meses después, hubiese caminado un par de cuadras más para conocer antes NoMad café.
Ya habiendo sacado las fotos pertinentes, nos dirigimos a uno de los hechos con más fortuna del viaje: fuimos a la Sagrada Familia no habiendo leído absolutamente nada sobre ella y, por ende, sin turno. Cuando volvimos y contamos que entramos el día que se nos ocurrió ir, muchos nos dijeron que habíamos tenido a Dios de nuestro lado. E inclusive, no íbamos a poder acceder a las terrazas del Park Guell porque también fuimos sin reserva y en ese caso no funcionó.
Al llegar a la Sagrada Familia, fuimos a donde se vendían los tickets y nos dijeron que volviéramos en una hora porque estaban sin sistema (no se si esto repercutió en que hayamos podido entrar).
Como ya era el mediodía, aprovechamos esa espera para almorzar. Estados Unidos se nos cruzo en el camino. Hay un local de Five Guys justo enfrente y no dudamos (o mejor dicho, no dude y convencí a Flor). La cadena yanki es una de mis favoritas en el rubro hamburguesas. El local, su menú, su maní con cascara es exactamente igual a los de USA. Dejamos nuestro recuerdo en un corcho donde la gente puede colgar sus dibujos.
Con la panza super llena, cruzamos, sacamos los tickets con audioguía y entramos. La visita es impresionante. Es realmente impactante y es sin dudas un top, no solo de España, sino de Europa. La audioguía es un aparatito en el que vos vas apretando botones al llegar a diferentes puntos identificados en el lugar. Lo recomendamos 100% porque los detalles y la información que agrega eleva al máximo la experiencia de conocer el lugar. Las fotos no demuestran todo lo lindo que es su interior, que están inspirado en un bosque y tiene colores bien fuertes, ni tampoco lo espectacular de su exterior y las historias que cuenta cada cara de la iglesia.
En ese momento uno comprende la genialidad de Gaudí, como llevo a la capital de Catalunya a ser uno de los lugares más visitados del mundo y porque todos sus edificios son tan visitados.
Al salir, tomamos un subte para ir a la Avenida Paseo de Gracia para conocer La Pedrera. Otra de las obras de Gaudí. No ingresamos, solo vimos el exterior. El ingreso cuesta 30 euros, el mismo precio que sale ingresar a la Sagrada Familia.
De ahí, bajamos caminando por la quinta avenida catalana haciendo shopping hasta llegar a Casa Batlo. No van a ver fotos porque su exterior estaba en remodelación. En su lugar había una lona, que simulaba ser el frente (por suerte, pude conocerla un par de meses después).
Justo al lado está la Casa Amatller, mucha menos conocida y espectacular. Entramos de curiosos y descubrimos un cafecito divino que se llama Faborit. Aprovechamos para merendar algunas cosas muy ricas. Seguimos bajando por Paseo de Gracia y haciendo shopping hasta que se nos hacia tarde y apuramos el paso. Nos bañamos, nos pusimos elegantes y fuimos a la próxima parada.
Por la mañana, Flor había sacado entradas para ir a ver un show al Palau de la Música. Antes de entrar al teatro, hicimos una previa en un barcito de enfrente que se llama Alsur . Un par de tapas y unas cervecitas. El espectáculo era de guitarra española y a mi me agarró cansado y sin siesta encima, así que no voy a negar que cabecee un par de veces, pero a Flor le encantó.
El Palau es como un teatro espectacular. Lleno de mármol y lujos, donde la acústica es impresionante, así que si pueden y encuentran algo que los entretenga, no duden en ir.
Salimos y nos apuramos para llegar a uno de los restaurants que más teníamos ganas de visitar: El Nacional. En realidad, no es solo un restaurant, sino que es un patio de comidas re contra gourmet que tiene desde pescados, bares, heladerías, restaurantes. Muy similar al sistema de La felicitá, en París. Elegimos el restaurant La Braseria y tras hacer una fila de 20 minutos, ingresamos justo antes del cierre de todos los locales.
La comida es simplemente espectacular. Contábamos con dos banquetas en la barra. Básicamente el sistema es el siguiente: pasan bandejeando tapas y vos elegís las que querés. Si querés una especial, la pedís y te la trae. Perdimos la cuenta de cuantas tapas comimos, pero hasta nos animamos al arroz negro y ninguna nos defraudó. Ciento por ciento recomendado, y consejo, vayan temprano así pueden disfrutar al máximo de la experiencia.
Así nos volvimos caminando al hotel, tras nuestro segundo día en Barcelona realmente agotados pero felices.
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